El caso Duarte, el iceberg de un escándalo

16/02/2025
La denuncia pública de la periodista animó a otras mujeres a contar lo que les sucede. La publicidad, como última esperanza.
Federico Malvasio
De la Redacción de Página Judicial
El caso de Jorgelina Duarte es un capítulo más de una película trágica que pareciera no terminar nunca de filmarse.
La periodista de Paraná debió expresar en las redes sociales la dramática situación por la que transita para que el dispositivo judicial se active.
Quiénes conocen de cerca a Jorgelina aseguran que en las últimas horas, antes de darle publicidad a su situación, los hechos le provocaron una implosión. ¿Qué hechos? Los que la llevaron a tener la certeza de estar en estado de indefensión luego de peregrinar en los tribunales de Paraná sin una solución ante la violencia reiterada -menos física, de todo tipo- que nubló sus últimos años y la de su entorno. La historia comienza en 2019.
Las abogadas que la acompañaron todo este tiempo tienen, sobre sus escritorios, parvas de presentaciones en sede policial y judicial.
“Siento la necesidad de visibilizar mi realidad para mi propio resguardo”, escribió la víctima en su muro de Facebook y, enseguida, los medios se hicieron eco. No pasó un día para que el fiscal de género Leandro Dato la convocara. Ya habían pasado 5 años.
El calvario con el que convivió Duarte todos estos años fue narrado a Página Judicial. Por momentos a la víctima se le quiebra la voz. Sobre todo cuando recuerda los momentos en que enfrentó una grave enfermedad y Gabriel Oscar Delelis -el victimario- se regocijaba con la posible muerte de su ex pareja y madre de su hijo en común. A Jorgelina se le pasó por la cabeza lo peor. Aquí el relato.
El caso tramita ante la jueza de Familia N°1, Rosario Moritán. También fue tratada por los equipos interdisciplinarios.
A los insultos, descalificaciones, hostigamientos, intimidaciones, amenazas y promesas de seguir violentando “hasta verla enferma o muerta” (en algunos casos en presencia de sus hijos), durante años; solo recibió el aliciente de una restricción de 200 metros.
El caso de Jorgelina es difícil no compararlo con el de Fátima Acevedo. La joven de 25 años que murió a manos de Jorge Martínez en enero de 2020.
El femicidio de Fátima puso de relieve la notable incapacidad del Estado, sobre todo en un área tribunalicia, como la de Género, donde en los últimos años se había invertido en recursos.
No obstante, apuntar al sistema licúa la responsabilidad o mal desempeño de los operadores del mismo.
“Ya estoy podrida de cagarlo denunciándolo y que la Policía no haga nada, ni la Policía ni el juzgado ni nadie”, había dicho Fátima a una amiga entre los miles de mensajes que le envió desde 2017, cuando denunció a su ex pareja. La violencia siguió y el pedido de ayuda a la fuerza de seguridad y la Justicia se extendieron en 2018, 2019 y 2020. El final fue el peor.
El Iceberg
Conocido el caso de Duarte, comenzaron a conocerse otros similares. Algunas víctimas están dispuestas a contarlo, otras no. El miedo sigue siendo la poderosísima arma de los agresores que, conjugado con la inacción estatal, convierten el devenir de la víctima en un calvario.
Florencia Giorello se animó a contarlo. La mujer se puso en contacto con la periodista para hacerle saber que estaba pasando por una situación similar con el padre de una hija en común de 6 años. En contacto con este medio evitó dar el nombre por temor y seguridad. El relato es coincidente con el de Jorgelina.
“En noviembre del 2023, a meses de separarme, fue cuando me amenazó de muerte. Ya venía soportando meses de hostigamiento”, cuenta.
“Salía del trabajo y trataba de no demorar ni un segundo, porque si me demoraba, sabía que cuando llegara se me armaba y esa situación me generaba mucha angustia”, narra y recuerda: “Estando embarazada dormí varias noches en un sillón, porque él desconfiaba que la bebé que venía en camino era de él, pero tampoco quería hacerse la prueba. Después no soportaba los llantos de su hija. Se enojaba porque no podía ver una serie tranquilo y cuando estaba con muy poca paciencia, decía ‘en esta casa no se puede estar’, pegaba un portazo y se iba. El no me pegaba, pero desaparecía noches enteras hasta el otro día al mediodía, que yo no sabía dónde estaba”.
Florencia cuenta que perdió su trabajo, producto de su mal desempeño y de la presión de su pareja que le exigía que lo abandonara. Fue en ese momento cuando comenzó a pensar en separarse. “Un día tomé la decisión y planeé cómo me iría. Vendí mi auto para solventar mi mudanza y los primeros meses. Después vería cómo haría, pero quería salir de ahí y viva”, recuerda.
Hace casi dos años que está separada. La causa está en el Juzgado de Familia N°2, a cargo de Noelí Ballhorst. Tiene restricciones, botón antipánico y dispositivo dual. “Me sigue hostigando, diciéndole a la nena que es todo culpa mía. Mi hija tiene 6 años y las dos estamos en tratamiento psicológico”, dice. Desde 2017 sufre violencia y, recién en el 2019, hizo la primera presentación.
Las denuncias se apilan, pero la cotidianidad de Florencia sigue siendo la misma.
La decisión de Jorgelina da la sensación de que si el caso no se publicita corría el peor de los riesgos, entre ellos el desamparo institucional. El de Florencia fue una reacción intuitiva, de creer que es el único camino que le queda.